La ciencia en el mundo árabe adquirió un papel destacado, pero no solo la ciencia, sino la aplicación de la técnica para el desarrollo de diversos aparatos e ingenios mecánicos, como demuestra la frecuente la aparición de autómatas, a veces en su literatura y habitualmente como juguetes y objetos curiosos entre las clases altas de la sociedad.
Y si existe un campo donde esos autómatas se difundieron fue en el de los relojes. Se construyeron clepsidras (relojes de agua) y autómatas, desde el siglo IX. Fueron famosas las clepsidras que creó Azarquiel en Toledo, junto al Tajo, en el siglo XI. Registraban el paso de las horas y las fases de la luna; durante los 14 primeros días del mes los recipientes se llenaban de agua a una velocidad constante, vaciándose también a ritmo constante en catorce segundos.
Pero al margen de estas clepsidras, estos relojes sirvieron para la construcción de auténticos espectáculos mecánicos.
El reloj elefante de Al-Jazari,creador de los primeros relojes mecánicos, movidos por pesos y agua. Un complejo Reloj cuyo mecanismo ponía en acción a humanos y animales mecánicos que se movían marcando el devenir de las horas. Podemos contemplarlo hoy en día gracias a una réplica (a tamaño real) que se encuentra en el gigantesco centro comercial “Ibn Battuta”, en Dubaï.
El 30 de diciembre de 1362, Mohammed V quiso celebrar su restitución al trono aprovechando la fiesta del Mallid al-nabawi dando un convite en el Salón del Trono del Palacio de Comares de La Alhambra que comenzaría tras la oración del atardecer y se prolongase hasta la del amanecer, a la que asistiría toda la Jassa o nobleza nazarí y representantes de las principales instituciones del reino.
Durante la velada se desarrolló un programa musical y literario, intercalado entre las tres plegarias preceptivas, y para contabilizar el tiempo durante la noche se construyó expresamente para la ocasión un horologio, minkana o mankana, que colocado sobre un pedestal, excitó la curiosidad de los ilustres asistentes a la celebración
Ibn al-Jatib describe el artefacto en su obra Nufada III (de la cual se conservan dos ejemplares, uno en Casablanca y otro incompleto en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos), un horologio para contar las horas de estructura hueca en madera, ligero para su fácil traslado, de forma triangular con doce lados y una altura de 1,70 metros aproximadamente, en cuya cúspide se colocaba un cirio que tiene marcado las horas nocturnas.En cada uno de los doce lados de la estructura de madera habría una cavidad conteniendo una bola de cobre del tamaño de una avellana. Cada una de estas cavidades disponía de una puertecilla cerrada por un pestillo unido por un cordel a cada una de las marcas de las horas del cirio o vela.Cuando el cirio es encendido, la llama va consumiendo la cera y al llegar a una de las horas marcadas quema el cordel que sujeta el pestillo de una de las puertecillas que se abre y deja caer la bola a un plato metálico, produciendo una resonancia metálica que avisa pasada una hora.
Tras la puertecilla, una figurita presentaba un trozo de papel escrito con breves poemas de diez versos referentes a la hora, el Corán y a la fiesta que se conmemoraba, y un panegírico de alabanza al monarca nazarí.
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El encargado del horologio subía por una escalera hasta el ingenio, entregaba al musmí o recitador el trozo de papel de la correspondiente hora para que la leyera en voz alta ante los invitados.

Otro andalusí, Ibn Jalan al Muradi, del siglo XI, escribió un tratado sobre autómatas, el “Kitab al-asrar”. En él describe, entre otros relojes con autómatas, la llamada Clepsidra de las gacelas, donde, bajo un pabellón de palacio y un jardín, hay un mecanismo con un tubo de mercurio y dos balanzas, cuyos recipientes se llenan de agua alternativamente, provocando una secuencia de movimiento en las figuras de autómatas: aparecenunas muchachas que salen al jardín de palacio para comtemplar a las gacelas bebiendo. Un criado oculto enpozo se asoma para ver espiar a las jóvenes,pero inmediatamente surgen víboras para defenderlas . Las gacelas dejan de beber, las jóvenes huyen al pabellón,el criado se vuelve al pozo y las serpientes se ocultan.
Se trata de un magnífico espectáculo en que se desarrolla toda una escena
Los científicos andalusíes no fueron sólo grandes teóricos sino también grandes ingenieros.